Castillo Daltharem

Si te gusta esta entrada, por favor comparte.
Castillo Daltharem. Conan Exiles, Isla de Siptah.

Diario Daltharem. Día uno:

Por fin hemos desembarcado. Después de un mes de intensa travesía, mares encrespados y rostros de diversos tonos de verde, llegamos a este lugar que llaman isla de Siptah, donde construiremos por fin nuestra casa. Por aquí apenas chapurrean el argosiano, pero Dalthea y yo hemos aprendido algunas palabras en aquilonio durante el viaje. Seguro que nos entenderemos bien.

Parece mentira que lo hayamos conseguido; una pareja de aguerridos aventureros como nosotros, logrando retirarse tras una vida de peripecias para disfrutar del botín obtenido. Cuántos otros habrán soñado con algo así, o habrán muerto por el camino. ¡Ja!

¡Bien! ¡Vale! Es mi diario privado, así que si hay algún lugar donde debería poder ser sincero es aquí, ¿no? Total, nadie lo va a leer nunca…

Más que aguerridos aventureros podría decirse que somos… comerciantes oportunistas. Y más que vida de peripecias podríamos llamarlo “suceso aleatorio inevitable con final feliz e inesperado”. ¿Quién podía augurar que aquella cueva en la que nos resguardamos durante la tormenta fuese la guarida de un viejo demonio de Seth? ¿Y quién habría podido anticipar la cantidad de tesoros que había acumulado durante los años?, o la extrema torpeza de aquel ser. Porque, ¡vamos! ¿Quién, con dos dedos de frente, es capaz de olvidar donde estaban las calaveras de los aventureros de los que te has alimentado durante años? ¡Y mucho menos pisar sobre ellas, resbalar y caer sobre tu propio tridente! Fue… bueno, creo que los dos sentimos un poco de pena por aquel bicho. Su mirada en los últimos momentos decía algo así como “¿Pero qué es lo que acaba de pasar?”

En fin, que después de aquello no podíamos abandonar aquel montón de oro y joyas. Habría estado mal, ¿no? Nos las llevamos con nosotros. Probablemente es lo que aquel demonio hubiera querido. Pero, sólo por si tenía parientes en aquellas montañas, decidimos embarcarnos hacia el lugar más lejano que aparecía en nuestro mapa.

Y así es como hemos llegado aquí.

Mañana comenzaremos las obras y a cavar los cimientos. Hoy hemos contratado a los trabajadores y elegido el lugar idóneo en un valle precioso, con vistas a una gigantesca torre en la que, al parecer, no vive nadie. Nos preguntamos por qué nadie habrá construido su casa aquí, pero oye… ahora estamos nosotros así que, si alguien llega detrás, que se fastidie.

Nos ha llamado la atención lo barata que nos ha salido la cuadrilla de obreros y trabajadores. Nos ha sido mucho más duro entendernos con el patrón que nos los ofrecía. Aquí en Siptah se llaman “esclavos”. No sabemos qué significa esa palabra aquilonia, pero por los gestos nos ha parecido entender que quiere decir “trabajador extremadamente cualificado que se conforma con un plato de gachas”. Deberíamos haber venido a vivir aquí antes. ¡Ja!

Me gusta mucho esta parte de la colina donde hemos organizado el campamento. Creo que levantaré un cercado para criar caballos justo aquí. A Dalthea le apasionan estos animales. Cuando llegamos, divisó una manada que trotaba a lo lejos por la pradera.

En fin, ahora podemos permitirnos criar lo que nos plazca, ¿no?

Me voy a dormir. Mañana será un gran día.


Día cinco:

Ayer fue un día horrible, igual que todos los anteriores.

Nuestros trabajadores altamente cualificados no tienen nada de “cualificados”, y apenas algo de “trabajadores”. Me pregunto si alguna vez han participado en una construcción. Me paso los días corriendo de un lado a otro, más preocupado de que no se corten alguna extremidad o se precipiten desde un andamio por accidente que de atender los muchos asuntos de la obra.

Uno de ellos malinterpretó mis instrucciones de cómo hacer unos buenos cimientos y siguió cavando mucho después de que dejase de alcanzar el borde del agujero. Tuvimos que rescatar al pobre desgraciado con una cuerda. En cuanto a la carretilla, cuando Dalthea y yo les explicamos cómo se usaba casi lloraron de agradecimiento. Los muy idiotas habían estado transportándola entre dos, cargada de tierra y piedras… ¡como si fuera un palanquín! ¿Es que el concepto de rueda no ha llegado aún a esta maldita isla?

En fin, no todo es malo. Al menos hemos averiguado que hay un depósito de agua subterránea que atraviesa esta llanura. O mejor dicho: lo averiguó el pobre hombre que casi se ahoga cuando su agujero se llenó de repente de agua. No sabía que se podía gritar socorro en tantos idiomas, y ninguno era argosiano, qué desgracia.

De todos modos, Dalthea ha acogido la noticia con mucho entusiasmo. Tendremos agua corriente en nuestra casa, y jardines, y fuentes. ¡Muchas fuentes! Puede que incluso un pequeño lago. Cuando acabemos, nuestra casa será la envidia de cualquier príncipe. ¡Ja!


Día seis:

Ya sabemos por qué nadie había construido en este valle. A medianoche nos despertó un estruendo ensordecedor y vimos caer no menos de diez meteoritos, abriendo el cielo con estelas incandescentes y dejando nubes de humo negro a su paso. Impactaron alrededor de la torre haciendo temblar la tierra, pero ninguno le acertó, gracias a Mitra.

Dalthea y yo salimos a curiosear tan pronto como salió el sol, dejando los trabajadores al cargo de Amila, que parece la más avispada de todos; al menos parece entender nuestras indicaciones mejor que los demás. Atravesamos las llanuras y nos acercamos a la torre tanto como nos atrevimos.

El campo alrededor está sembrado de rocas ennegrecidas, algunas muy antiguas y otras tan cubiertas de musgo y hierba que casi no se distinguen del terreno. Estos pedruscos deben de llevar cayendo del cielo desde hace siglos. La torre parece atraerlos de alguna manera, aunque ella misma debe de estar protegida, o habría sido derribada hace ya tiempo.

No nos atrevimos a acercarnos más. Manadas de animales corretean alrededor de la torre… y no son inocentes cervatillos. Demasiadas garras y dientes para nuestro gusto.

Me he llevado un trozo de meteorito de recuerdo. No sé de qué está hecho, pero sé que es más duro que mi pico de acero. Lo estudiaré con detenimiento cuando tengamos instalados los hornos y el equipo de metalurgia.


Día quince:

Los cimientos se han llevado mucho esfuerzo, pero quedaron listos hace unos días. Hoy han empezado a llegar las columnas de marmol que sostendrán las plantas superiores. Son preciosas. Unas blancas, otras negras, otras verdes y hasta algunas de color rosa. Dalthea todavía se está riendo. Parece que mis conocimientos del idioma local no son tan buenos como creía.

Nos quedaremos las blancas y las negras. El resto, si no consigo que se las lleven de vuelta, las haremos rodar ladera abajo hacia la torre.

Le he dicho a Dalthea que mañana partiré a la cantera del norte de la isla a decirle al propietario que se ha equivocado, y lo que realmente queremos. Ella apenas podía contener las lágrimas de la risa, y me ha dicho que muy bien; que unas columnas en azul celeste son lo que necesitamos para las piscinas del sótano. No sé qué ha querido decir.

El lago también está ya hecho. No está mal, teniendo en cuenta que no hemos hecho nada por construirlo. Al parecer aquel obrero que encontró la corriente de agua subterranea hizo algo más que destaparla: abrió una grieta por la que el agua no ha parado de manar e inundar parte de nuestro valle. No importa. Dejaremos que fluya hasta donde queremos y luego cavaremos un canal de desague para que no convierta nuestros flamantes cimientos en un pantano antes de poder levantar los muros de la primera planta.

¿A quién le apetece nadar? Casi no hay sanguijuelas

Si te gusta esta entrada, por favor comparte.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *